viernes, 17 de junio de 2011

miércoles, 4 de agosto de 2010

Lencería francesa con recuerdos apasionados

Hacía mucho tiempo que no utilizaba la lencería francesa que guardaba en el tercer cajón de la cómoda. Prácticamente toda esa lencería era de Lou Paris, adquirida en diversas tiendas de Madrid. De aquella le parecía un gasto útil, un detalle que los ojos de él agradecerían antes de quitarle esa lencería en la cama o en la mesa de la cocina. Ahora, mientras recordaba todos aquellos momentos, se daba cuenta de que a él le importaba una mieda la lencería, lo único que quería era follar.

Se acordaba de su última compra, un bustier rojo que ni siquiera había estrenado. Tenía pensado lucirlo la noche que cumplía veintiún años, pero entonces fue testigo de como su Romeo disfrutaba de los besos de otra mujer en aquel bar en el que celebraban el décimo aniversario de las empresas Fabiole. Aquella noche despertó de su perfecto sueño para adentrarse en el doloroso mundo real.

jueves, 29 de julio de 2010

El comienzo del dolor

Él era su droga diaria, aquella en la que recaía todos los malditos días de su desgraciada vida. Y ahora esa droga se había consumido. Ya todo se había acabado, no había ningún tipo de guión preparado para sorprender a un público que ni siquiera existía. Lo había arriesgado todo para quedarse únicamente con el recuerdo de aquellas miradas prohibidas. El mundo se había parado para Diana. Su droga se había agotado, él estaba muerto.
Diana aún estaba contemplando la posibilidad del suicidio cuando Rosalie apareció en la habitación interrumpiendo los pensamientos de su hermana pequeña:
-Es la hora, el entierro está a punto de empezar.

lunes, 21 de junio de 2010

El hombre de las cinco y veintitrés

Aquel es el hombre de las cinco y veintitrés. Todos los días, a la misma hora, se deja caer por la misma cafetería, La Fontana, que se encuentra en la avenida principal, cerca del puerto. Un viernes de octubre decidí acercarme a su mesa, la misma en el que se toma su capuccino diario, la que estaba junto a la ventana desde la que se puede observar el parque de la avenida. Nunca llegué a decirle nada, pero le miré, y él me devolvió la mirada. Desde aquel día supe que era especial. No le conozco, sólo sé que es el hombre que todos los días, a las cinco y veintitrés aparece en aquella cafetería.